miércoles, 21 de diciembre de 2011

Wounds

Mis heridas son como puñales desnudos al amanecer,
vacíos de sangre y llenos de polvo y principios de solsticio.
Son como el filo de una espada apunto de atravesarnos,
como el frío de los últimos segundos del último aliento.
Ávidas de tiempo ajeno y besos desbordados
de labios que desembocan en mares oscuros.
Límpidas y cortadas con las manecillas de un reloj
perfectas en su imperfección.
Y mis heridas, como el cielo
se ensanchan en el horizonte,
en el infinito suspiro de un anhelo.

martes, 20 de diciembre de 2011

We are bubbles


Se enmudecieron las aceras salpicadas del ruido del mundo. Nos enmudecieron. Alguien hizo clic en el mando de la televisión y el resto del mundo se apagó a la vez. Voy a cerrar los ojos y apretar bien fuerte mis pestañas. Voy a correr. A contracorriente.
Mientras el mundo siga parado, mientras el viento sea una utopía. Y el silencio más absoluto y aterrador una pura realidad.
Lo único que no se detiene en este caos es el sonido. La música viaja a velocidades intergalácticas intangibles y transparentes. Se mueve en frecuencias opuestas al mundo. Al insufrible caos de nuestros pensamientos.
El huracanado tiempo de los instantes forma una espiral de banalidad. Y observo como se lo traga todo, hasta mi alma. Hasta que se consume.
Entonces y solo entonces, cuando se ha acabado todo, ni siquiera queda un fundido en negro.
Somos burbujas, luz en frágiles pompas de extraño vacío, música y un increíble infinito de horas estáticas y segundos rotos.
Hasta que alguna burbuja se rompa y vuelva a hacer clic en el mando de la televisión.

jueves, 8 de diciembre de 2011

The shipwreck


Quizás deberían haber esperado un poco más antes de partir. Pero la tripulación tenía que embarcar y darse al mar tan pronto como fuese posible.
Entre lágrimas y sonrisas se oían vítores y los pañuelos volaban en señal de buenaventura.
Era un día en el que hasta el sol parecía querer zambullirse en las cristalinas aguas del lugar. La multitud se concentraba para estar lo más cerca posible por última vez en mucho tiempo de aquel barco que acababa de quitar los nudos a sus amarras.
Entre todas aquellas gentes no podía más que verse dicha, fe y ojos llenos de amor. Pero si algo me llamó la atención entre aquel bullicio fue la mirada inquisitiva de una mujer de aspecto angosto y azaroso. No era más que una pobre vagabunda que solía rondar las calles del puerto y que asustaba a los niños cuando correteaban por los callejones.
Me acostumbré a verla, como el resto del pueblo. Pero el júbilo del momento se desvaneció para mi en el mismo instante en que me crucé con su vidriosa mirada.
Aquello hizo que se me juntasen las nubes en el cielo y el sol oscureciese por un momento.
Habíamos zarpado. Al rato la sensación de la extraña angustia que me provocó aquel momento se esfumó tan pronto como vino la primera oleada de náuseas a causa del vaivén de las olas.
Supuse que aquél viaje no iba a ser plato de buen gusto. Pero era lo que yo quería, muy a pesar de todos aquellos que me habían lanzado pañuelos blancos y me habían lanzado aquellas miradas de pena.
Pero prefería mil días de náuseas a lidiar más tiempo con la tormenta que me asolaba día sí y día también.
Cuando conseguí que el aire fresco me diese una tregua, me acordé de súbito de la pequeña anciana. Además de asustar a los niños, era famosa por su habilidad con la fortuna y el azar. Más bien para el infortunio y la desgracia. Nadie le dirigía ni la más mínima palabra. Y menos aun una mirada. Si bien era capaz de revelarte los infortunios, también lo era de transmitirlos en aquella pétrea mirada.
Entonces una nueva oleada de náuseas se apoderó de mi, ya fuese por las olas, el mal sabor de boca que me había dejado ese maldito contacto con esos ojos o todo a la vez.
Entre vómitos y días vacíos de sol, la alegría con la que habíamos zarpado se fue consumiendo entre la oscuridad de las profundidades. No hallábamos tierra y los suministros se estaban acabando, sin contar con que el viento azotaba el barco de forma espeluznante.
A medida que seguíamos avanzando y la noche se cernía sobre nosotros, las nubes se agolpaban y exageraban la oscuridad de la noche. Lo que hizo que dejase de preocuparme de los rutinarios mareos. Recordé de súbito a la mujer que perturbó mi esperanzadora partida.
Antes de que me diese cuenta, lo que yo pensaba que sería el camino para dejar mis tinieblas atrás, empezaría a ser lo que menos me esperaba.
Lo demás fue como un flash. O varios de ellos, ya que lo único que pudimos distinguir lo hicimos cuando las luces de la tormenta comenzaron a horrorizarnos.
Todo se movía demasiado, el agua caía con tanta fuerza que empezaba a dudar si seguía encima del barco o tal vez ya había caído al ancho mar. El desconcierto y el pánico empezó a apoderarse de todos los que íbamos a bordo. Los chalecos volaban y el barco se zarandeaba de tal forma que empezábamos a rodar sobre su superficie y a chocar unos con otros. Escuchaba gritos por todas partes y entre relámpago y relámpago veía como aparecían y desaparecían. Uno a uno fueron cayendo al mar. Yo también. El barco y todos nosotros nos perdimos entre el cielo y el mar que ahora no eran más que agua, oscuridad y algo de luz centelleante.
Fue un auténtico espectáculo de pavor.
Nos dormimos. Tal vez para siempre. Los delirios se sucedían, y los veía a todos. Mirándome desde la orilla el día que partí. Veía como la anciana mujer clavaba sus ojos en el cielo y aquel empezó a oscurecer. Como en una pesadilla. Los pañuelos se volvieron del color de la noche, las gentes ya no reían ni lloraban por nuestra partida. Lloraban por nuestra ausencia, les veía los ojos totalmente negros y sus lágrimas eran oscuras.
La tormenta con la que partí se perdió cuando me asoló aquella tempestad. Y en mi último delirio pensé que aquellos ojos oscuros me habían vaticinado que huir de una tormenta me llevaría a sufrir un verdadero diluvio que duraría para siempre.
Y se hizo el silencio. Silencio. El mar es silencio. El descanso eterno.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La caja de las mariposas.

De pequeña solían fascinarme las mariposas, aunque era prácticamente incapaz de tocarlas. Me gustaba verlas volar, ver el abanico de colores que algunas ofrecían al trasluz del sol del medio día.
Porque cuando salía del colegio, aprovechaba un pequeño atajo, que ya no está, y siempre volvía sola a casa. Era como una vereda que atravesaba la fábrica. Y había algunas ventanas viejas y sucias con las rejas llenas de telarañas, dejando el cristal casi opaco.
Entonces me acercaba a una de ellas y vislumbraba un pequeño rincón de la estructura de la ventana, que tenía forma hendida dejando una pequeña repisa. Y entre telarañas y capullos, las mariposas tenían un micro-hogar.
Quizás se hospedaban allí porque la mayoría de las mariposas viven de noche. Y ese rincón frío y oscuro podía adaptarse a dichas condiciones.
Mi aversión a tocarlas podría deberse al pavor que les tenía y les tengo a los gusanos. Pero una vez pasada la metamorfosis, parecían tan frágiles y agradables.
Recuerdo que el único día que las toqué, fue por pura necesidad, porque según decían, si les tocabas las alas les robabas el polvillo que les daba la capacidad de volar.
Aquella mariposa era gris. Parecía triste con solo verle las alas, y me di cuenta de que no volaba y de que estaba en el suelo, sufriendo debajo de los rayos del sol. Entonces me agaché y no sin esfuerzo la cogí de las alas por miedo a terminar de robarle el polvillo y la volví a colocar en su rincón de oscuridad.
Al día siguiente volví a pasar, con una hoja grande de morera de los árboles que crecían en mi calle. Pero la mariposa ya ni volaba ni se movía. Así pues recordé que también decían que las mariposas solo vivían un día. Y en muchos casos así era, y su vida se reducía a 24 horas para reproducirse y morir.
Yo me preguntaba como podría ser la vida en 24 horas, en cómo desperdiciábamos el tiempo día tras día, sabiendo de antemano que nosotros podemos desechar días enteros que no supondrían más que unos segundos en la vida de una frágil mariposa.
Mi imaginación volaba y pensaba en las cosas que podría hacer en 24 horas. Nada de dormir, nada de comer cosas que no me gustaban, nada de quedarse en casa haciendo los deberes, nada de enfadarse.
Un ruido brusco de la fábrica me sacó de aquella ensoñación y vi que se me había pasado el tiempo volando, solo de pensar en que es lo que podría hacer para no desperdiciar los efímeros días de mi pequeña vida. Y muchas veces perdemos el tiempo así, imaginando y especulando sobre el futuro. Futuro que casi nunca es como nos lo imaginábamos.
Volví a casa corriendo y guardé toda la historia en la caja de los recuerdos. De los pocos que solo guardamos para nosotros.
Un recuerdo que hasta hoy no había sacado de la caja de las mariposas. La de la imaginación.