jueves, 28 de abril de 2011

To splinter


Sentada en el escritorio, sin luz, sin ganas. Los folios, los bolígrafos y el vaso vacío estaban alumbrados por el flexo, y sus manos reflejaban el hastío.
El bolígrafo bailaba sobre los folios, sin mirar. Ni siquiera estaba ahí en ese momento. Y lo sabe. Ni siquiera parecía que hubiese luz. Sumergida en la más densa oscuridad.
'Todo lo rompes. Todo'
Garabateaba una y otra vez.
-¡Vuelve, maldita sea!, ¿En qué estás pensando?
Enciende la luz de la habitación y camina a oscuras hacia la cocina, a vaciar el vaso. Por que las lágrimas son así. Son como el agua, cristalinas, transparentes y discretas. Lo inundan todo, se secan y nadie sabe que estuvieron ahí.
El corazón se le hace astillas. Astillas que se clavan como espadas.
-No tiene porqué estar pasando ésto, ¿lo sabes verdad? Sabes que es pasajero y que en breves se volverá a dormir.
Apaga la luz, se sienta, arranca la hoja. Arruga el papel.
-Está bien empecemos de nuevo.
Y se concentra, lo logra. Porque ella sabe que es así. Que sus recuerdos se astillan, la dañan a ratos y ya está.
Enciende la luz, se ata el pelo. Respira.
-Muy bien, ya está, éso era todo.

Y la luna se cae antes de advertirlo. Otro día que tachar en el calendario, otro día menos para vivir. Un día más para despertar.
Y ya está. Mil y un batallas más. Una menos.
Sabe que no puede sentirse bien siempre, y que eso va a estar presente todavía en sus días, que no en todos. Pero, ¿y que más da? Sabe, lo sabe todo. Que nada es para siempre. Y que si hoy toca llorar pues mañana tocará reír. A carcajadas. Brillante, como las lágrimas secas en la cara. Como el sol y la espuma del mar. Y reirá, por la felicidad y por la tristeza. Por todo.

lunes, 18 de abril de 2011

Broken time


Hoy, y ayer, he vuelto a notar como se me erizaban los brazos, las piernas, advirtiendo una brisa fresca a la que daba por dormida. El calor, el sol y la pequeña alegría de una primavera impaciente ahora parecen un simple sueño, un oasis en medio del desierto, una ilusión óptica.
Nunca me había parado a pensar en la forma en la que nos afecta el clima, el tiempo. Nuestras vidas no son más que un hilo que pende de las manecillas del reloj, pero y ¿qué hay de las emociones? Las que están estrechamente ligadas al paso de los meses, a los cambios.
Es un tópico, es cierto. Pero ¿quién no ha sentido la nostalgia y la tristeza del gris del invierno y el otoño? ¿y la euforia y la sensación de levedad que regala el verano o la brillante primavera?
Vivir no es solo avanzar, es cambiar. Y es algo que está presente en algo tan simple como puedan ser las estaciones.
Curiosamente me asaltan las cuestiones cuando me hallo en la calle, sola. Pero el hilo de mis pensamientos se corta, bruscamente. El corazón desbocado. Casi no me da tiempo a pensar racionalmente cuando siento un nudo en la garganta, ¿porqué?
Y me acuerdo de Descartes, de que los sentidos nos engañan. No me cabe la menor duda, creo que nunca la he tenido. A veces vemos simplemente lo que queremos ver, pero ¿porqué yo creí ver algo que en realidad no quería ver? ¿es una prueba? Es eso, ¿no? nos ponemos a prueba, una y otra vez.
No, no era él, todo ese cúmulo de estúpidas sensaciones no era más que excesiva imaginación, por decirlo de alguna forma. Un segundo, es todo lo que me ha bastado para cambiar el rumbo de mis pensamientos.
Un segundo es lo que dura una mirada, una mirada incierta, insegura, errónea...
En un segundo me ha dado tiempo a morir. A caerme, a levantarme y a despertar. A escuchar el repiqueteo de las lágrimas cuando se escurren por dentro. A pelear, a comenzar una nueva batalla y a llegar maltrecha. Perdiendo la batalla. Sabiendo que cada vez estoy más cerca de una victoria que se resiente a cada momento y que ya solo depende del tiempo, de los segundos perdidos y de mi.

jueves, 7 de abril de 2011

Sounds of spring


Al pensar en el atardecer, me vienen a la memoria muchas cosas, pero hoy en especial, he sentido algo diferente. Algo que es posible que me quiera decir que la primavera por fin ha llegado para mí también.
El sol me ha acompañado de clase a casa y viceversa. Mientras, en mis oídos lo único que podía percibir era "Una tarde en el parque", entre otras, y de vez en cuando el molesto sonido que producen los tacones de los que me rozan con celeridad.
Será el buen tiempo, o la primavera, que es mi estación por excelencia aunque a veces eche de menos el invierno. Pero es inevitable salir con una sonrisa, y regresar con ella. Son inexorables las ganas que dan de olvidarse de que vas por la calle y ponerte a cantar como si estuvieses dentro de la música. Hacer un poco el idiota, pasarte la tarde recorriendo la ciudad intentando perderte por aquellos sitios que aun no te han visto. Perderte entre el calor y la brisa. Perderte nada más.
Y hoy además, he decidido salir un poco antes y aprovechar la tarde. Y creedme... ha sido una dura batalla. Normalmente, cuando voy con tiempo, o hacen días tan maravillosos como el de hoy, suelo cambiar mi trayecto y atravesar Santo Domingo.
Los niños corriendo, la gente, los bancos llenos, de gente que como yo, es posible que no resistiese la tentación de sentarse, contemplar al resto un rato y respirar profundamente, sacar un libro, ponerse los cascos y sumergirse en una historia en medio del espectáculo de la primavera. Sin más.
Y sí, al final he llegado a casa, la música se apaga con el sol, enciendo la luz y cierro la puerta. Y Vuelve a ser invierno, me pierdo entre los folios y recuerdo el calor de la tarde como si simplemente hubiese sido un sueño.
Los días ahora son de otra forma, pero sin embargo, la rutina es la misma. Vuelven a caer discretamente como granos de arena, y sin darnos cuenta el mes de abril que acaba de empezar, desaparecerá con la misma rapidez que lo hicieron los anteriores. Y el tiempo... el tiempo se nos escapará de entre las manos imperecederamente.
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lunes, 4 de abril de 2011

Our time is running out


Es posible que esta noche el sueño no se atreva a entrar en mi habitación, que estas cuatro paredes me miren apenadas, se estrechen y me acojan como si de una eterna noche se tratase.
Y en la calle haga frío, las hojas se arremolinen en la esquinas, el gris inunde el cielo y los cristales de mi ventana silben con el aire. Lo espero.
El invierno casi se ha ido sin avisar y ahora me doy cuenta de que en realidad para mi no se ha ido, lo echo de menos fuera, pero en mi interior sigue haciendo frío, sigue diluviando y siguen revueltos los mares.
La gente que me mira me ve en primavera, los rayos del sol se desdibujan en mis pupilas y brillan como si todo ese invierno con sus tormentas estuviese detrás de un cristal opaco a través del que nadie es capaz de mirar. Quizás no se atreven, o quizás es imposible dilucidar que se esconde tras ellos.
En un inciso, de ese invierno, solo soy capaz de vislumbrar un callejón, el mismo callejón gris de hace más o menos un año, donde las dudas eran el foco de mi vida y los interrogantes mis únicos transeúntes. Pero lo cierto es que parece más viejo, derrotado. Como si hubiesen pasado años desde aquel día que me dejé caer. Pateando charcos y viejas raspas colgando de la basura. Como un vagabundo.
Siempre que acabo regresando a lugares como éstos, que surgieron a raíz de mi necesidad de huir de todo, siento una nostalgia sobrecogedora. En todos esos lugares ya no hay luz, como si estuviesen agotados. Cumpliendo su función de haberme rescatado y ahora siendo completamente inútiles. Y como si un año se hubiese estirado hasta la eternidad.
Es confuso. Es demasiado... diferente. Todo. Todo ha cambiado, se ha quedado atrás.
Incluso yo. El problema es que mientras todo cambia a mi alrededor yo sigo buscando inútilmente todos esos lugares. Intentando quedarme atrás con ellos y no avanzar nunca hasta llegar hasta aquí. Huyendo de la realidad del presente, rebuscando entre los restos del pasado donde todavía mi alma me pertenecía.