lunes, 23 de mayo de 2011

Letter


Querido, queridísimo corazón:

Te escribo porque me preocupas, porque hace tiempo que no sé que pensar.
Porque en todo este tiempo, has aprendido mucho, y has sido valiente, muy valiente.
Has recorrido caminos tempestuosos, sin mi.
Has aprendido a llorar en silencio y en soledad, sin mi.
Pero tú y yo sabemos que nada es para siempre, y que si consigo hacerte razonar, entonces quizás, y solo quizás, podamos entrever ese esperado final.
Te escribo más por ti que por mi, que no soy nada sin ti. Porque voy a tratar de conseguir que de alguna forma me escuches, y dejes de actuar como si yo no existiese y estuvieses tú solo en todo ésto.
Y si me permites, has de saber que todavía te queda mucho por aprender. Que has de cerrarte a la ingenuidad de tus actos y a abrirte a todo aquello que en realidad necesitas, a lo que te espera ahí fuera, porque te estás perdiendo el espectáculo de la vida. Porque está todo patas arriba, está todo completamente al revés. Pero que me vas a decir tú de orden, cuando de todos es sabido que tú te dedicas a sentir y yo a pensar.. Tú que siempre optas por guardarlo todo según llega y ni te molestas en contestarme, en escucharme o en percatarte de mi perpetuo sufrimiento.
Y mientras tanto, te observo, desde aquí arriba veo como te encojes, como te exaltas y como a veces lates con frenesí. Como te das la vuelta para que nadie te vea llorar. Como te miras al espejo, te sientas con tranquilidad y te pintas, te maquillas de felicidad.
Pero lo triste... no es que intentes engañarme a mi, que todo lo sé. Lo triste es que te engañes a ti.
Y aun así, el verdadero problema no reside en eso, sino en tu enfermedad. Que es terrible. ¿Sabes? Yo sé que los corazones como tú no se mueren de amor.
Así que date la vuelta, desmaquíllate y agárrame fuerte. Limpia tus ojos de lágrimas, y date cuenta de que tú ahora mismo me necesitas a mi, despréndete de todos esos viejos muebles que se agolpan dentro de ti y que tantas pesadillas te regalan.
Vacíate.
Y sé tú.
Otra vez.
PD: Estaré esperando con paciencia, como es habitual, tu regreso.

Tuya, y siempre tuya.
La razón.

jueves, 19 de mayo de 2011

When I stop


Las heridas dejan de sangrar. Sí, en un determinado momento del que quizás ni siquiera somos conscientes, nuestras heridas se cierran, pero no se van. Y es cuando empiezan a sangrar por dentro, condenadas a inundar nuestro interior sin que los demás se percaten de ello. Solo aquellos que alguna vez estuvieron en tu alma son capaces de vislumbrar tus más oscuras lágrimas.
Y te preguntas hasta que punto eso puede ser algo útil, si de verdad merece la pena empezar a fingir, o en realidad cada día te sientes peor por engañar al mundo. Pero te agarras fuertemente al lavabo, pupila contra pupila, y te ríes, y piensas... ¿y eso que más da?
Y el mundo deja de tener importancia alguna, por los que saben, por los que no saben y por los que creen que saben algo.
Un minuto, a veces un solo minuto basta para ver las cosas claras, para pensar y decidir que es lo que sabes, lo que sientes, y que es lo que el resto espera de ti.
Otras veces, hace falta incluso toda una vida, para preguntarse que es lo que está bien, lo que está mal, y lo que para unos está bien y para otros no. Y para uno mismo, cuando nuestros actos son altamente condicionados por los del resto, por sus palabras que se clavan como las púas de la cama de un faquir, por los demonios que corroen nuestras entrañas.
Cuando ya no se trata de problema y solución, sino de evolución y cambio, de respuestas que simplemente no son buscadas, y de preguntas que nunca, nunca serán formuladas.
Es entonces, cuando decides bajar, sentarte en las manecillas del reloj y perder la vista en el infinito, como si por un momento, no existiera otra cosa que la vacuidad.