La cabeza parece que me va a estallar, soy incapaz de hacer otra cosa en este momento que no sea respirar y deslizar los dedos por el teclado. Empieza a oscurecer y la única luz de esta habitación es la que desprende la pantalla y los poco rayos de sol que le queda a esta corta tarde de invierno. Y hace frío, la estufa se haya inerte en un rincón, me resguardo un poco con un enorme abrigo que mi madre dejó tirado en la butaca de la sala.
Así es que aquí estoy sin hacer nada, sin oír nada más que las canciones al azar que me proporciona la lista de reproducción del Spotify. Shit... esa estúpida publicidad acaba de interrumpir mi hilo de tranquilidad, dejadme en paz de una vez, no pienso pagar una cuenta premium, soy feliz con la que tengo...
Por donde iba... ah si. El caso es que debería estar buscando información sobre el magnífico de Jim Carrey y elaborando un grandioso Powerpoint, reuniendo fotos y aprovechando el tiempo de esta tarde de domingo. Supongo que si este estridente dolor de cabeza no cesa continuaré malgastando el tiempo hasta que llegue la hora de marchar a la capital, cena, ducha, dormir temprano y despertador tocando a las siete de la mañana. Cuando el leve sonido del despertador me saque a patadas de mis turbios sueños me aborreceré, aborreceré la pereza que está provocando el efecto de la cerveza ingerida la noche anterior. Lo sé, es extraño, siempre digo que no me gusta la cerveza y al final acabo viéndola por todas partes, además, ¿quién narices dijo que la cerveza no conllevaba resacas tan molestas?
Me he decidido a encender la luz, la ausencia de un mínimo de luz estaba atribulando mis pupilas y este punzante dolor se empezaba a acentuar. Además, mi madre acaba de aparcar el coche en la puerta, se asustaría de verme a oscuras y con esta cara de demente, su voz, me taladraría los tímpanos, porque es su tono natural.
Estoy empezando a deprimirme, el invierno convierte mis emociones es una montaña rusa y si anoche rebosaba alegría por los cuatro costados, este domingo se ennegrece por momentos. Sigo dándole vueltas a lo que fue de este blog, ¿porqué he cambiado? Hay algo en mi que se ha ido al carajo y no sé que es. Porque las palabras ya no fluyen de mi como antes, era capaz de dejarme llevar hasta el punto de que parecía rozar el rocío del césped con mis dedos mientras pensaba recostada en lo alto de una colina. Era capaz de transmitir tantas cosas, de expresar con más o menos incoherencia y enamorarme una y otra vez de la vida. Pero ahora... ahora no queda nada, el mar de rosas que había en mi interior a comenzado a marchitarse, y sé que sólo yo tengo la solución. Hasta entonces, me armaré de paciencia y seguiré dejando que las olas de este mar de escasa inspiración me bamboleen de un lado a otro hasta llegar a alguna orilla...
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