Lo apunto en un papel, con miedo de olvidarlo.
Tiempo pasajero con aire nostálgico susurra y recorre ahora el paraíso dentro de mí, voy subida en el viento y me dispongo a encontrar algo. Un algo distinto, y como siempre de colores, soñadores y que me gusta llevar conmigo, aunque el gris a veces invada inevitablemente mis vagos pensamientos.
Atardece en las colinas, lejanas y cubiertas de ese rocío característico que deja el amanecer. No me quiero ir, el tiempo no acompaña pero me siento hoy como en casa. El cielo se viste de colores añiles y ocres que me recuerdan que tengo un refugio para huir.
Me siento en el suelo entumecido, poso mis mejillas en las rodillas y comienzo a volar. Tengo frío pero enseguida lo olvidé, porque ya no estaba allí.
¿Qué es ésto? Un interrogante trás otro. Se escucha levemente a pocos metros un sonido revitalizante, entre el cariñoso piar, y cegada por el sol. El viento comienza a soplar, es cálido y fresco a la vez, la brisa del valle. Un lugar idílico donde siempre me gustaría estar.
Mis ojos se disparan hacia todas partes, aturdida, y cuando recobro en mí...
Una racha de viento cierzo me golpea. Sigo escuchando el sonido del agua, pero cae a cántaros, hace frío y me encuentro sola, sentada sobre el césped mojado.
Vuelvo, en realidad no había ido a ninguna parte, parece que mi mundo se tambalea, cuando había llegado a la tranquilidad. Estaba buscando una salida y me perdí, hacia un idílico mundo de sueños.
Aunque sigue lloviendo sobre mí, siento que, por un momento, horas, un día, desaparecí y volé tan alto que tenía miedo de olvidarlo, de perderme y no saber volver. Aún así sabiendo que aquí abajo esa nube volvería a salir e incluso a crecer, inundando mis alegrías ahogada en penas y pensamientos lejanos, me levanté y caminé hasta el fin de la realidad. Realidad de la que a veces me gusta escapar.
Ayer te quería, hoy más aun, y mañana, ¿mañana me querrás tú?
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