De pequeña solían fascinarme las mariposas, aunque era prácticamente incapaz de tocarlas. Me gustaba verlas volar, ver el abanico de colores que algunas ofrecían al trasluz del sol del medio día.
Porque cuando salía del colegio, aprovechaba un pequeño atajo, que ya no está, y siempre volvía sola a casa. Era como una vereda que atravesaba la fábrica. Y había algunas ventanas viejas y sucias con las rejas llenas de telarañas, dejando el cristal casi opaco.
Entonces me acercaba a una de ellas y vislumbraba un pequeño rincón de la estructura de la ventana, que tenía forma hendida dejando una pequeña repisa. Y entre telarañas y capullos, las mariposas tenían un micro-hogar.
Quizás se hospedaban allí porque la mayoría de las mariposas viven de noche. Y ese rincón frío y oscuro podía adaptarse a dichas condiciones.
Mi aversión a tocarlas podría deberse al pavor que les tenía y les tengo a los gusanos. Pero una vez pasada la metamorfosis, parecían tan frágiles y agradables.
Recuerdo que el único día que las toqué, fue por pura necesidad, porque según decían, si les tocabas las alas les robabas el polvillo que les daba la capacidad de volar.
Aquella mariposa era gris. Parecía triste con solo verle las alas, y me di cuenta de que no volaba y de que estaba en el suelo, sufriendo debajo de los rayos del sol. Entonces me agaché y no sin esfuerzo la cogí de las alas por miedo a terminar de robarle el polvillo y la volví a colocar en su rincón de oscuridad.
Al día siguiente volví a pasar, con una hoja grande de morera de los árboles que crecían en mi calle. Pero la mariposa ya ni volaba ni se movía. Así pues recordé que también decían que las mariposas solo vivían un día. Y en muchos casos así era, y su vida se reducía a 24 horas para reproducirse y morir.
Yo me preguntaba como podría ser la vida en 24 horas, en cómo desperdiciábamos el tiempo día tras día, sabiendo de antemano que nosotros podemos desechar días enteros que no supondrían más que unos segundos en la vida de una frágil mariposa.
Mi imaginación volaba y pensaba en las cosas que podría hacer en 24 horas. Nada de dormir, nada de comer cosas que no me gustaban, nada de quedarse en casa haciendo los deberes, nada de enfadarse.
Un ruido brusco de la fábrica me sacó de aquella ensoñación y vi que se me había pasado el tiempo volando, solo de pensar en que es lo que podría hacer para no desperdiciar los efímeros días de mi pequeña vida. Y muchas veces perdemos el tiempo así, imaginando y especulando sobre el futuro. Futuro que casi nunca es como nos lo imaginábamos.
Volví a casa corriendo y guardé toda la historia en la caja de los recuerdos. De los pocos que solo guardamos para nosotros.
Un recuerdo que hasta hoy no había sacado de la caja de las mariposas. La de la imaginación.
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