Nadie te echará de menos cuando no aparezcas.
Eran horas de frío. El vaho en los cristales. Y el viento recorriendo los callejones, las noches comiéndose los días.
Esa noche salimos a ver las estrellas. El cielo se cernía sobre nosotros a la par que el frío nos hacía más cálidos. El silencio lo inundaba todo. Tu sonrisa era única de las pocas luces que se podían discernir aquella noche. Y yo la vislumbraba.
La intensidad de los instantes no se puede medir. Algo tan grande que al final se reduce a la plenitud. Instantes. Llenos de magia.
Pero la magia es para las películas. Los instantes y la plenitud son ilusiones que pronto desaparecen.
Yo ví las estrellas, miles de ellas agolpándose en mis ojos. Ojos llenos de estrellas.
Creo que las ví sola. Tú estabas conmigo. Tú veías estrellas. No eran mis estrellas. No era el mismo lugar. Puedo ver como en aquel momento no supe distinguir la realidad de la confusión. Te fuiste casi sin darme cuenta. Mientras yo me llenaba de estrellas.
Se rompió tan rápido que no me dio tiempo a echarte de menos.
Y como siempre las estrellas y el cielo se rompieron conmigo.
Ya no veo las estrellas. Es difícil distingirlas cuando tampoco puedes ver el cielo.
Ellas no te echan de menos.
No me atrevo a echarte de menos.