A mi me agrada el silencio,
me agrada no tener que oír el ruido
del repiqueteo de las lágrimas
cuando caen al vacío.
La tormenta incesante
en tus ojos
no es más
que ruido en ese vacío.
Y el dolor crujiente
en pleno otoño,
en el viento de la calle
y el polvo arrastrado.
Me da vértigo
observar tu muñeca,
viendo caer tus horas
y tus sueños.
Me aterra el negror,
de tus pupilas.
El hilo vidrioso de tus pestañas
se rompe,
en su fragilidad y en la tuya,
se muere.