Aunque la noche había acabado con el alcohol, ellos seguían riendo y cantando alrededor del fuego, todos. Fugaces, felices, dichosos y rebosantes de vida. El tiempo era único y los instantes llenaban cada minuto, cada momento. La fogata chisporroteaba y más que calor aportaba luz. La noche se cernía sobre ellos y la luna no era suficiente para que pudiesen mirarse a los ojos con nitidez.
Además escogieron la playa para reunirse, estaban completamente solos y no había nada que pudiese perturbar su celebración. Los cinco han estado unidos más de media vida y a pesar del tiempo ahí seguían dando gritos y tumbos sobre la arena. Se habían escapado ese fin de semana y brindaban por todo aquello que habían superado juntos, pero sobretodo por todo lo que les quedaba por compartir, que más podían pedir..
Sin embargo, a altas horas de la noche, la risas y los cantos se fueron apagando y el sueño empezó a tenderlos alrededor del fuego. Pero no a ella. Cris estaba sentada con las rodillas plegadas sobre si misma simplemente contemplando el vaivén de las olas, llevaba ya un rato un tanto distraída y se preguntaba si de verdad estaba siendo sincera consigo misma. Porque para el resto del mundo sonreír implica por defecto felicidad, las apariencias engañan, lo más precioso puede esconder el veneno. Cristina había reído sin parar, como los demás, pero ¿quién dijo que su sonrisa tuviese que ser necesariamente una verdad indefectible? ¿Una fachada perfecta? ¿De verdad el rostro es siempre la fiel imagen del alma?
La respuesta claramente es no. Y son las mentiras más tristes y más bien guardadas de la historia. Se conocían hacía infinidad de años pero lo que va por dentro es un misterio hasta para la propia persona.
Los días habían hecho mella en sus pensamientos, es cierto que hacía tiempo que nunca terminaba de sentirse bien, pero las circunstancias habían rasgado algunas de sus inseguridades y era inevitable evadir sus propias ideas.
Estuvo un buen rato viendo su reflejo en el mar, disfrutando del olor y de la brisa, era sin duda uno de sus lugares por excelencia para respirar aire fresco, para relajarse y volver a la realidad un poco más fuerte que la última vez.
El sol comenzaba a dar muestras de amanecer, casi no había advertido el tiempo que llevaba en la misma postura. El tiempo se había evaporado, su cuerpo estaba agarrotado y sus párpados pesaban.
Antes de que los demás despertaran para emprender la vuelta, se echó sobre la arena y al cerrar los ojos todo se oscureció y dejó los pensamientos a un lado.
El traqueteo del furgón la hizo despertar. La miraban un tanto extrañados y enseguida comenzaron a bromear sobre sus ojeras. Ni se molestaron en despertarla, daba muestras de cansancio y la subieron en volandas para que siguiese descansando un rato más antes de llegar.
Después de quitarse la arena del cuerpo y del pelo, se echó sobre la cama, notando todavía el movimiento de las olas sobre su espalda, y se dejó inundar por la música que se desprendía del portátil.
Y sonreía y cantaba, pero ahora de verdad, lo demás se quedo en la orilla y se apagó junto a la hoguera.